Papá solía decirme: “No cuesta nada  ser cariñoso, Felice.” Y después de esperar a que aquello calará hondo en mi mente, añadía siempre: “¡Y es tanto lo que recibes a cambio!”.

“Ponte en mi lugar”.  Es una petición que nos resulta familiar.  Acaso la frase proceda de los indios Sioux, que decían que jamás juzgues a otro hasta haber andado durante dos semanas con sus mocasines.  Lo decimos habitualmente cuando alguien no comprende lo que sentimos y queremos que se identifique con nosotros, pues esto parece darnos tranquilidad de que no nos encontramos solos para enfrentarnos solos a nuestros problemas.  En pocas palabras, necesitamos su empatía.

El diccionario define la empatía como participación afectiva en las ideas y sentimientos ajenos.  Es una cualidad humana muy especial que nos permite salir de nosotros mismos e intentar comprender a otra persona desde el interior.  A menudo no son necesarias las palabras.  Los sentimientos se transmiten incluso  cuando carecemos de la habilidad necesaria para describirlos.

Un cuento e Grimm muestra, de forma conmovedora, cuán importante puede ser la empatía, o su carencia.  Muchos recordarán El rincón del abuelo, la historia de un anciano que vive con su hijo y la mujer de su hijo.  El padre está casi ciego y sordo y  le es difícil comer sin tirar la comida.  De vez en cuando se le cae un plato y se le rompe.  Al hijo y a su mujer le repugna aquello, por lo que le han relegado a comer en un

Ciertamente, siempre hay algo bueno, algo hermoso, algo positivo en cada uno de nosotros.  Hace poco, ví a una señora ya de edad avanzada. Con un bonito sombrero de terciopelo burdeos colocado con coquetería sobre el pelo canoso.  Leía el periódico en la sala de espera de un médico.  Decidí seguir mi instinto e inclinándome  hacia ella, le dije:

 -Está encantadora con ese sombrero.  El color es muy bonito.  Bajó el periódico y me sonrió complacida.

– ¡Adoro los sombreros -me dijo-  Me alegró que se haya fijado en él.  Aquello fue el inicio de una conversación larga y animada.

Parecía radiante e incluso más encantadora.  Nuestra espera pareció mucho más corta.  No me costó nada.  Y nos ayudó a los dos a sentirnos más contentos.  Al irme, me preguntaba cuánta gente de la que se encontraba allí había admirado el sombrero, pero no le había dicho nada.  Se necesita muy poco esfuerzo y todo el mundo sale ganando.  Sí lo intentáis experimentaréis vosotros mismos la magia pura que es una palabra de halago.

(Tomado de: Ómnibus al Paraíso.  Leo Buscaglia.

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